José Luis Torres Vitolas
Escritor y editor peruano residente en Madrid, José Luis Torres Vitolas es un colaborador habitual de revistas culturales y ha ganado varios premios gracias a sus novelas, cómics y ensayos. De entre su obra habría que destacar títulos como Albatros, con la que ganó el Alfons el Magnànim de Narrativa.
Escrito por José Luis Torres Vitolas
No podía empezar el primer post de este blog sin hablar de la Librería Albatros ubicada en Ginebra (Suiza). No en vano allí es donde presentaremos por primera vez Do not cross the line, el primer libro que sacamos con la editorial. Insisto, no es casual este hecho. Como no es casual tampoco, que al referirme a ella, tenga que hablar de Rodrigo Díaz.
Conocí la librería el año 2009, cuando el buen Rodrigo me invitó a propósito de 5:37, mi primer libro publicado en España. Al llegar a la ciudad, descubrí que también era peruano y que hacía una labor cultural realmente encomiable: Invita regularmente a autores, casi uno o dos al mes, les paga el pasaje, el alojamiento y los recibe con la risa como un gran abrazo. Son muchos los escritores que han disfrutado de su hospitalidad (Carlos Franz, Eugenia Rico, Ignacio Martínez Pisón, Ronaldo Menéndez, Mario Bellatin, Andrés Neuman, Santiago Roncagliolo, Ricardo Sumalavia, Vanessa Montfort,…) y le tienen especial aprecio. Describirlo resulta sencillo si se toman prestadas palabras ajenas: “Su gran pasión es la literatura y desde hace años regenta Albatros, una librería especializada en libros en español. Como le ha ocurrido a tantos pequeños libreros, su establecimiento está seriamente amenazado por el auge de las grandes superficies, pero él ha decidido resistir” (Carmen Posadas). “En su librería pueden verse las últimas novedades editoriales no solo españolas sino de otros países de habla hispana: Visitar Albatros es vivir siempre la acechanza de la sorpresa, pues allí es frecuente encontrar libros que resultan imposibles de hallar en España o incluso darse de bruces con joyas que sucumben en las librerías españolas ante la avalancha de títulos más ostentosos”. (Jorge Eduardo Benavides). Y si a esto hay algo más que agregar, solo resta hablar de su perenne entusiasmo. Como dice Cristina Fallarás: “Rodrigo tiene cara de fauno, risa de fauno y una alegría compulsiva, ese tipo de alegría agazapada que salta de golpe y entonces uno tiene que ir persiguiéndola como al sombrero que se ha llevado el viento, siempre un golpe más allá”.
Gracias a Rodrigo y a muy buenas amigas —también cercanas a la librería (como Hortensia Cid y Rosita Smith)—, Ginebra no solo es un lugar de visita frecuente, sino un lugar donde me siento como en casa. Debo agradecerle también el gran gesto de invitarme a publicar un libro con él, porque debo resaltar que Albatros además de librería también es una editorial donde han aparecido Mario Benedetti, Fernando Iwasaki, Fernando Ampuero, Juan Carlos Méndez Guédez, Carlos Salem, Américo Ferrari. Así nació L, mi libro de microrrelatos…
Desde aquel 2009, que hoy se me hace lejano, hasta ahora, ha pasado algún tiempo ya. Y debo remarcar que apenas Rodrigo supo de mi proyecto editorial, fue uno de los que con más entusiasmo me ha apoyado. “Fuera de vainas, loco… El primer libro que saques lo presentamos aquí, como sea, hermano”, me dijo el año pasado y mañana sábado 21 de mayo, lo hacemos.
Carlos Salem, suele decir “Rodrigo contrabandea poetas y narradores de habla hispana a Ginebra, y no mira el ránking de ventas o los premios, sino la calidad de los libros”. Y a mí me alegra que así sea, pues, por suerte, así lo conocí, de contrabando.
Cristina Fallaras
Periodista y autora española, Cristina Fallarás estudió Periodismo en la UAB y es conocida por su trabajo en diversos medios de comunicación, como Cadena Ser, RNE, El Mundo o ADN, diario del que llegó a ocupar la subdirección. En la actualidad participa en diversos programas de opinión y política al mismo tiempo que dirige el medio online dedicado a la literatura Sigueleyendo.
Fallarás comenzó su carrera literaria en 2002 y ha publicado tanto ensayo como novela, siendo ganadora de premios como el Hammett, L'H Confidencial de Novela Negra o el Barbastro de Novela Breve.
De entre su obra habría que destacar títulos como Así murió el poeta Guadalupe, Las niñas perdidas o Últimos días en el Puesto del Este.
La librería Albatros de Ginebra ocupa un local amplio y claro donde, a primera vista, gustan mucho Vallejo y Bolaño. Provee de libros, no todos ellos literatura, a la comunidad hispanohablante de la ciudad, edita libros e invita a escritores a hablar de sus obras, más o menos uno al mes. Neuman, Iwasaki, Wiener y el propio Bolaño son algunos de los que me nombran. En un par de meses, Luis Magrinyà. El responsable del milagro se llama Rodrigo Díaz, es limeño y para llegar se saca unos cuartos al frente de la puerta de un teatro, sesión de noche. Rodrigo tiene cara de fauno, risa de fauno y una alegría compulsiva, ese tipo de alegría agazapada que salta de golpe y entonces uno tiene que ir persiguiéndola como al sombrero que se ha llevado el viento, siempre un golpe más allá.
Carmen Posadas
De nacionalidad española, Carmen de Posadas Mañé nació el 13 de agosto de 1953 en Montevideo, Uruguay. Hija de un diplomático y una restauradora es la primogénita de cuatro hermanos, tres niñas y un niño.
Vivió en Urugay, Inglaterra, donde va al colegio, y Rusia. Comienza sus estudios universitarios y los abandona en el primer curso para casarse. De este matrimonio tendrá dos hijas, Sofía (1975) y Jimena (1978). Se casa en segundas nupcias con Mariano Rubio. Presentó en 1988 el programa de Televisión Española, "Entre lineas". Ha desfilado como modelo para la diseñadora Lucía Bosé.
Comienza su carrera literaria escribiendo literatura infantil y juvenil. Escribe guiones de cine y televisión y dos novelas con seudónimo, una de ellas rosa de la que no quiere dar a conocer el título. En 1991 publica la novela ¿Quién te ha visto y quién te ve?. Un año antes publica una colección de cuentos y repite en el 98 con Nada es lo que parece. Ese mismo año obtiene el Premio Planeta con Pequeñas infamias.
El vuelo del Albatros
Cuando llegan estas fechas, a todos nos da por repetir hasta el aburrimiento esos deseos de buena voluntad, redondos, titilantes y perfectamente huecos como una gran bola de Navidad. «Yo lo que quiero es la paz del planeta.» «Mi anhelo es que todos nos amemos ahora y siempre»; he aquí algunos de los blablás más habituales que se oyen, para después olvidarlos por completo en cuanto se apagan las luces navideñas. Se dice siempre que una cosa es predicar y otra dar trigo. Se dice también que la gente es muy falsa y que se contenta con soltar unas cuantas palabritas bienintencionadas y luego mirar por otro lado. Sin embargo, yo creo que hay un problema de enfoque en este deseo tan loable de cambiar el mundo que todos pregonamos. Pienso que son muchas las personas a las que, en efecto, les gustaría mejorar este viejo planeta en que vivimos. Creo que muchos de nosotros estaríamos dispuestos a embarcarnos en esta empresa si supiéramos cómo empezar y qué podríamos aportar nosotros a ella. El problema es que cambiar el Mundo, así con mayúscula, suena como algo que está al alcance sólo de personas extraordinarias. De grandes científicos, de políticos de primera fila, de importantes (y a ser posible riquísimos) filántropos o de románticos utópicos dispuestos a jugarse su prestigio, cuando no su vida, para alcanzar un objetivo. La mayoría de nosotros, en cambio, somos gente corriente que sólo aspira a pequeñas y no por ello desdeñables metas: tener una existencia digna, sacar adelante una familia o pasar por la vida como una buena persona. Y, sin embargo, hay algo que todos podemos hacer sin mucho esfuerzo y que mejoraría notablemente las cosas. Me refiero a cambiar, no el Mundo con mayúscula, sino nuestro pequeño mundo, nuestra pequeña esfera de influencia. Hace poco estuve en Ginebra y tuve ocasión de conocer a una persona empeñada precisamente en esta empresa. Su gran pasión es la literatura y desde hace años regenta Albatros, una librería especializada en libros en español. Como le ha ocurrido a tantos pequeños libreros, su establecimiento está seriamente amenazado por el auge de las grandes superficies, pero él ha decidido resistir. Y resistir implica –teniendo en cuenta los gastos de envío de libros en idioma extranjero y los márgenes con los que trabaja, que apenas alcanzan el 1,5 por ciento– buscarse otro empleo de supervivencia. Rodrigo, que así se llama él, trabaja en un supermercado descargando camiones de madrugada para mantener abierta su librería y cumplir así su vocación de librero. No contento con eso, es editor de nuevos autores que no encuentran quién les publique. También organiza encuentros con escritores y clubes de lectura. Y lo hace todo por amor al arte, porque le gusta y porque el esfuerzo es grande, pero más grande aún es, según él, la satisfacción de ser el único librero que vende libros en español en la ciudad de Ginebra. El caso de Rodrigo no sólo me llena de admiración, sino que me ha hecho reflexionar. Porque, como antes apuntaba, hay muchas formas de mejorar el mundo y no siempre están relacionadas con la alta política, ni siquiera con irse a África a luchar contra las injusticias o cualquier otra iniciativa de esas que a uno le vienen a la cabeza cuando piensa en ser bueno y ayudar a los demás. A veces consiste tan sólo en hacer bien lo que uno hace y vencer obstáculos que parecen insalvables. Es algo así como perseguir un sueño, siempre que ese sueño incluya a otras personas. Por eso, en estos días de buena voluntad y buenos deseos, yo también voy a expresar el mío: que haya muchos Rodrigos a los que no les importe luchar contra los molinos de viento. Personas que hagan cosas bien hechas sin esperar que nadie les dé una medallita ni los felicite por ello. Y es que, en este mundo figurón y un tanto infantiloide en el que todos hacemos cosas para lograr la atención y el aplauso ajeno, por suerte hay personas que todavía aspiran a más. Aspiran al aplauso más difícil de todos ellos, el que nos damos nosotros mismos al mirarnos al espejo y decir: «Valió la pena».